En tu memoria, Atana

nuestra comarca

Nuestra compañera, amiga y colega, la periodista dombenitense, Lourdes Timoteo, nos remite esta carta, en memoria de su hermano Atana, fallecido apenas unas semanas después de hacerlo su también hermano Bienve Timoteo, y que reproducimos íntegramente, uniéndonos, como no podía ser de otra forma, al pesar por tan temprana pérdida.

 

Tengo en mi retina tu mirada triste de la última tarde, Atana. Llegaste a la iglesia y paseaste los ojos por los alrededores para encontrar a nuestra madre, y luego los posaste en mí y me saludaste con ese gesto tan tuyo, tan nuestro, suficiente para decirnos sin hablar.
Siempre ha sido así. Nunca hemos necesitado más para saber que en cualquier lugar, en cualquier circunstancia, hiciéramos lo que hiciésemos, siempre estaríamos para el otro. Repaso esa mirada y ese gesto una y otra vez en mi cerebro, buscando el mínimo resquicio que pudiera avisarme de lo que se aproximaba y no lo encuentro. No vuelvo a confiar en mis instintos.
Y tengo tu calor. Tu mano puesta en mi hombro derecho y la mía en tu mano robusta, consolándome allá arriba, mientras la gente pasaba delante nuestro dándonos el pésame por nuestro hermano Bienve en su misa del mes.
Luego ya no hay más. Una llamada de teléfono dos días después y mi alma, ya destrozada, ahora hecha añicos con tu pérdida. Y mi cabeza, trastornada, que repite una y otra vez por qué, por qué, por qué y no encuentra respuestas a todo este desaliento que ha entrado en nuestra casa.
Un desaliento para el que no hay ventanas, ni puertas. Nunca antes nos habíamos mirado en este espejo de la desgracia que todo lo derriba, sin posibilidad de reconstrucción. Siempre he pensado que vivíamos protegidos por el Athanatos (el inmortal) y por el Timotheos (amado de los dioses). Pero ni tu nombre ni nuestro apellido te han librado de una muerte temprana, hermano. Esta vez tampoco ha sido posible.
Y entonces, Atana, pienso en los lazos. Esos lazos que se tejen, se atan y se entrecruzan y crean una red. Red que se lanza en mar en calma o durante la tempestad y siempre aguanta. Nosotros hemos sido marineros experimentados en el arte de la pesca. Tejimos nuestra red a base de complicidad, de confidencias, de juegos de niños, de paseos hacia la escuela, de compañerismo y solidaridad con el de al lado. No puede ser de otra manera en una gran familia en la que el pequeño aprende del grande, imita al grande y a veces, incluso, le contradice para variar.
Y pienso en ti. En esa personalidad arrolladora, capaz de lo mejor, de lo bueno y de lo regular. En esa mente privilegiada, siempre alerta, adelantándose al presente, dibujando el futuro, que ahora se te escapa…
Quiero creer en el destino, aunque reniegue de su decisión. Los dos juntos, siempre, compartiendo habitación y cama, compartiendo trabajo y empresa, compartiendo vivencias, casi paralelas, durante toda vuestra vida; soportando juntos los mares en calma y las grandes tempestades. La muerte os vino a buscar casi a la par, sin demoras, como si el uno no pudiera seguir sin el aliento del otro. Por eso el aire se paró en tus pulmones y tú dejaste de respirar…
Quiero creer que allá donde estéis iréis juntos, acompañados de nuestro padre, los tres vigías. El agua amamantará los campos, el sol alumbrará la semilla y nacerán los frutos en esa tierra que amabais –sé que no por encima de todo, pero sí por encima de vosotros mismos-. Esa tierra que os acoge, juntos, como siempre fue. En nuestro corazón y en nuestra memoria, también siempre.

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