"Cuando el Juramento Hipocrático se convierte en hipocresía", testimonio del hijo de un fallecido por COVID-19 de Don Benito

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Escrito por: José Antonio Parejo Cabezas.- Nunca podré saber si intubando a mi padre a tiempo podría haber sobrevivido, pero sé con certeza que nadie, salvo Dios, tiene la facultad de decidir quién debe vivir y quién debe morir.


Mi padre acababa de cumplir 64 años el pasado mes de marzo y formaba parte del grupo de personas de riesgo por su inmunodepresión debido a un trasplante renal. La vida nunca fue agradecida con él en lo que a salud se refiere. Con 27 años fue trasplantado de riñón, e iría acumulando patologías, incluido un melanoma y un cáncer de tiroides, de los que se recuperó totalmente. Quién iba a decirnos que, habiendo sobrevivido a todas las enfermedades anteriores, y que se presuponen de gravedad, sería el COVID- 19 el que acabaría con su vida y nos arrebataría su permanente sonrisa.
El 14 de marzo presentó los primeros síntomas, malestar general y fiebre elevada. Fue entonces cuando mi madre inició el protocolo definido por las autoridades de Extremadura y llamó al 112, comunicando la situación. Una llamada que descrita por ella como fría y distante, y en la que se le comunicó que mi padre debía tomar paracetamol y que volviera a llamar si perduraba la fiebre. No se siguió el protocolo establecido en Extremadura y no se le realizó el test pertinente para determinar su contagio o no, a pesar de que era paciente inmunodeprimido.
El virus continuó inevitablemente su avance sin control alguno en su cuerpo a lo largo de la semana, controlando la fiebre mediante antitérmicos y sin ninguna otra prescripción, y por supuesto, sin realizar ningún test pese a ser paciente de riesgo.
El día 21 de marzo y ante la aparición de dificultad respiratoria, se vuelve a comunicar a primera hora del día con el 112 y se actualiza la situación de mi padre. Una ambulancia vendría a recogerle y trasladarle al Hospital Don Benito-Villanueva de la Serena, la cual tardó más de cuatro horas en presentarse en el domicilio, un tiempo considerablemente excesivo habida cuenta de que la distancia entre el domicilio familiar y el hospital es de apenas cinco kilómetros. Sería la última vez que mi madre le viese en persona, pues mi padre ingresó en el Hospital Don Benito-Villanueva ese mismo día.
El Hospital Don Benito-Villanueva presta servicio a sendas localidades pacenses, así como a la comarca de Las Vegas Altas del Guadiana y La Serena. De tamaño medio, cuenta con un Servicio de Medicina Intensiva y una Unidad de Cuidados Intensivos con capacidad para 8 camas. Además, y debido a la situación excepcional en la que se encuentra todo el sistema nacional de salud, se había incrementado la capacidad de dicha UCI.
Si algo caracterizó el ingreso de mi padre en el hospital anteriormente mencionado fue la soledad. No hay nada más desgarrador que tener a un familiar hospitalizado, al que no puedes acompañar, y del que sólo recibes información una vez al día mediante una llamada telefónica al final de la mañana. De su periodo de ingreso únicamente conocemos que sufrió un deterioro respiratorio progresivo. Cabe mencionar, que el día del ingreso mi padre presentaba un probable infiltrado basal izquierdo, de acuerdo a la radiografía de tórax, y que, a los tres días de hospitalización, la dificultad respiratoria era tan elevada que impedía incluso el habla.
El lunes 23 de marzo, cuando se cumplía el tercer día de hospitalización, el Servicio de Medicina Interna solicitó el ingreso en UCI. En ese momento, la UCI sólo tenía una única cama ocupada, y por supuesto, no estaba en situación de colapso. Lamentablemente, se le deniega el ingreso en UCI, aludiendo a la comorbilidad que presentaba en ese momento.
Transcurridos dos amargos días más, en los que los familiares vemos cómo se va apagando una persona que había luchado contra todas las patologías anteriores y había ganado a la enfermedad, se vuelve a solicitar de nuevo por parte del Servicio de Medicina Interna el ingreso en UCI, y se vuelve a denegar el mismo, aludiendo a la misma razón, y pese a que tampoco había situación de colapso y había camas libres una vez más. En ese instante, la UCI tenía tan solo cuatro camas ocupadas. Mi padre, aún estando dentro del grupo de personas de riesgo, no era mayor. Tenía 64 años y adolecía de una serie de patologías anteriormente nombradas, pero que habían sido superadas. Se encontraba bien de salud en general. Era una persona dinámica y con ganas de vivir. ¿Con qué motivos se le deniega un respirador? ¿Qué protocolo se siguió, sino un juicio subjetivo de un médico? La UCI del hospital solamente tenía a 4 enfermos, y tenía capacidad para al menos 4 más. ¿Por qué se le denegó el ingreso, cuando el hospital no estaba colapsado, y además sigue sin estarlo a día de hoy? Está claro que en caso de colapso del hospital, se debe priorizar sobre los enfermos y realizar un triaje.
Pero no era el caso y tampoco existía una limitación de recursos. A mi padre se le denegó el ingreso en UCI basándose en la comorbilidad y siguiendo un protocolo del propio hospital con criterios muy restrictivos, tal y como se nos explicó, el cual no ha sido avalado por ninguna Sociedad Científica de Medicina. ¿Acaso no está en el deber de un médico salvaguardar la vida del paciente?
Llegados a este punto, conviene recordar el Juramento Hipocrático o Promesa del Médico de la Asociación Médica Mundial, especialmente en el siguiente punto:
“NO PERMITIR que consideraciones de edad, enfermedad o incapacidad, credo, origen étnico, sexo, nacionalidad, afiliación política, raza, orientación sexual, clase social o cualquier otro factor se interpongan entre mis deberes y mis pacientes”.
Durante la fase de ingreso en planta se llegó hasta donde era posible con el tratamiento, sin embargo, era preciso continuar con respiración artificial, la cual sólo era posible proporcionar en una Unidad de Cuidados Intensivos. ¿Qué criterio clínico se utilizó para denegarle el tratamiento a mi padre? La actitud al denegarle el ingreso en una UCI con camas libres destinadas para COVID-19 no fue si no mezquina y cruel, y no atendió a más razones que el ser un trasplantado renal inmunodeprimido. Se demuestra pues se otorga de facultad para decidir sobre quién debe vivir y quién debe morir de acuerdo a criterios personales y no atendiendo a las capacidades reales del hospital, sin informar además a los familiares.
Ante la negativa de ingreso en UCI en el Hospital Don Benito-Villanueva, se abre la puerta a ingresar en la UCI del Hospital Universitario de Cáceres, pese a estar más saturado que el de Don Benito-Villanueva, pero la oportunidad llegaría tarde. El no haber ingresado con anterioridad propició el empeoramiento de mi padre. Cabe reseñar también, que el Servicio de Medicina Intensiva del Hospital Don Benito-Villanueva se opuso a trasladarle en una UCI móvil acompañado por un médico, cuando el protocolo así lo contempla, puesto que iba a una unidad de cuidados críticos. En su lugar es trasladado en una ambulancia convencional.
A la llegada al Hospital Universitario de Cáceres, es ingresado e intubado en UCI. Por desgracia, no pudo superar el avance del virus y falleció a la semana. Nunca sabremos si una intubación más temprana hubiera salvado a mi padre, pero sé que habría aumentado la probabilidad. Quizá el verdadero problema fue que mi padre era un ciudadano normal, y no un político o una persona de relevancia en el panorama nacional. Lo cierto es, que el Sistema Extremeño de Salud lleva a cabo protocolos que no son moralmente aceptables, sobre todo, porque existían los medios adecuados y necesarios, pero faltó disposición por parte del Servicio de Medicina Intensiva del Hospital Don Benito-Villanueva, que por cierto, pertenece al mismo área de salud que le está denegando el test para COVID-19 a mi madre, pese a haber convivido con mi padre.
Quizá lo más duro no sea lo que he narrado hasta ahora, sino el hecho de acelerar todos los trámites tras el fallecimiento, como si de la destrucción de la prueba de un delito se tratase. No pasaron más de 8 horas desde el fallecimiento hasta su incineración, teniendo en cuenta además, que hubo que trasladar el féretro desde Cáceres. El hecho de no poder acompañar a tu padre durante su hospitalización, no poder verle ni hablar con él, pero sobre todo, y no poder despedirte de él es uno de los sentimientos más tristes que una persona puede experimentar. Igualmente duro es saber que el sufrimiento de tantas familias se podía haber evitado si las autoridades se hubieran anticipado y hubieran atendido a las recomendaciones de la OMS y tantas instituciones internacionales de prestigio, pero claro, esto ya es otro menester.


José Antonio Parejo Cabezas.

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