Escribe: Julián Mora Aliseda.- Observo que socialmente existe un gran escepticismo sobre la vacuna del COVID19 y la obligatoriedad de ponérsela. Al igual que también detecto que a estas alturas de la pandemia todavía haya grupos que niegan la enfermedad y se concentran sin respetar las normas de las autoridades.

En mi humilde opinión, con el objetivo de alcanzar cierto nivel de inmunidad de rebaño, la vacuna debería ser obligatoria para determinados grupos y que eso conllevaría sanciones a quienes se opusieran.
¿Supone restringir la libertad? pues sí, pero cuando la negligencia de unos afecta a la salud de otros se debe hacer, al igual que establecemos límites de velocidad o normas de acceso a determinados servicios públicos o privados.
Parece evidente que, hasta ahora, estar vacunados reduce extraordinariamente el riesgo de contagiar o matar a otras personas con las que compartimos familia, trabajo o coincidimos ocasionalmente. De hecho, en España gracias a vacunaciones obligatorias contra la viruela o la difteria se consiguió erradicarlas en los años 70 del pasado siglo, y ahora siguen los calendarios de vacunaciones recomendado contra la poliomielitis, el tétano, el sarampión o la hepatitis B.
No obstante, es curioso que mucha de la gente que en España u otros lugares se oponen, cuando van de vacaciones a países exóticos no dudan en colocarse todas las vacunas que les exigen en los países receptores, porque saben que de otro modo no accederían al avión para viajar.
Como experiencia personal puedo apuntar que en mis viajes por asuntos de trabajo a países tropicales nunca he dudado en vacunarme y no sólo pensando en mí, sino en mi regreso y, además, porque es un requisito obligatorio que ponen los países pobres para controlar su expansión interna.

(Julián Mora Aliseda es catedrático de la Universidad de Extremadura).